sábado, 25 de agosto de 2007

PYNCHAS BRENER: el confesor



Pynchas Brener, polaco de nacimiento, rabino de profesión y venezolano por adopción, es una de las voces que más se escuchan en Venezuela. Amigo de los políticos, de los intelectuales y del establecimiento, es admirado tanto por Chávez como por la oposición, y no falta quien le pida que se involucre más en el gobierno. Brener, sin embargo, prefiere dedicarse a oficios más divinos como escribir columnas de opinión, publicar libros y presidir el Comité de Relaciones entre Iglesias y Sinagogas de Venezuela


LOS SÁBADOS, apenas clarea, las calles de San Bernardino, en Caracas, abandonan su vocación caribeña para dar la ilusión de un villorrio judío en la antigua Besarabia o un barrio de Jerusalén. Familias con impecables atavíos caminan rumbo a las sinagogas salpicadas en la urbanización que desde los años cuarenta se orilla al cerro El Ávila y que a tan tempranera hora muestra como nunca su semblante de gueto cosmopolita del nuevo siglo.
Algunos de los hombres que recorren cabizbajos el caprichoso trazado de la zona parecen rabinos: largas barbas, sombreros negros de ala ancha, bordes de su manto para el culto asomado bajo el gabán y la mirada extraviada en los riscos de una milenaria tradición. Y uno de ellos, de porte atlético, gafas transparentes y barba de un solo día; el que no parece un religioso y a sus 71 años tiene una cierta semejanza con Sean Connery, es el rabino principal de la Unión Israelita de Caracas, institución que congrega a la feligresía de origen ashkenazí, llegada a Venezuela de la Europa Centro-Oriental desde mediados de los años veinte y sobre todo antes y después de los desoladores avatares de la Segunda Guerra Mundial.
Pero no sólo por su poco convencional apariencia Pynchas Brener resulta una rara avis entre sus homólogos. Este globalizado rabí de origen polaco, personalidad magnética, refinado humor y particular sensibilidad, además de contar con el respeto de la colectividad a la que sirve desde hace 35 años, escribe libros sobre judaísmo, es uno de los fundadores de las cátedras de Matemática de la Universidad Simón Bolívar en Caracas —de las más prestigiosas y exigentes del país— y presidente desde 1980 del Comité de Relaciones entre Iglesias y Sinagogas Establecidas en Venezuela (Crisev). Para más señas, dirige una casa editorial; alimenta su propia página web (http://www.editorialboker.com); es articulista de opinión de El Nacional y El Universal, los diarios venezolanos de mayor circulación; acostumbra beber un sorbo de whisky después del almuerzo; hace gimnasia todas las mañanas; cuenta chistes subidos de tono y tiene una notable actuación en la vida política —subterránea y advertible— del país.
Hasta el 14 de agosto del año pasado Brener dirigió junto al periodista Eleazar Díaz Rangel la Mesa de Equilibrio Internacional, que formó parte de la Comisión Presidencial para el Diálogo, designada a dedo por el gobierno nacional para dilucidar los sangrientos sucesos del 11 de abril de 2002, cuando una enorme protesta popular fue disuelta a tiros por adeptos al gobierno y el presidente Hugo Chávez Frías temporalmente removido de su cargo.
La presencia del rabino en los intríngulis políticos del país no obedece, sin embargo, a mundanales antojos de poder. Brener es, ante todo, un lúcido intelectual que bracea por puro gusto en tercas aguas. “La política concierne y tiene sus efectos sobre cada uno de nosotros”, confiesa en una indescifrable amalgama de acentos que no empañan la sintaxis de su correctísimo español. El religioso se ha sabido deslizar, con suspicacia e inteligencia, más allá del bien y del mal, en cada uno de los gobiernos de turno. Tanto es así que antes de la supuesta transición política del país —que duró dos brevísimos días—, se le vio muy apegado a las correrías de la contrarrevolución, como los adeptos al oficialismo gustan llamar a la oposición. Cuando las protestas sociales y laborales arreciaron y los empleados de la hoy desangrada empresa Petróleos de Venezuela (Pdvsa) amenazaban con paralizar la principal industria del país —cosa que por fin hicieron entre el 2 de diciembre y mediados de febrero pasado, a lo que siguió el despido de más de 15 mil empleados—, sindicalistas, empresarios y eclesiásticos firmaron públicamente un pacto democrático de emergencia, cuyo objetivo fue convocar a la unidad de todos los sectores del país para rescatar el diálogo social y adoptar medidas para progresar en paz y democracia, todo ello en el regazo de un Gobierno sin el teniente coronel Hugo Chávez. Y ahí estaba Brener. En las transmisiones televisivas de ese masivo evento era inevitable fijarse en él, sentado en primera fila, acomodándose con patológica frecuencia su kipá o solideo negro de rigor.
Tras la fugaz ausencia de Chávez, el empresario Pedro Carmona, entonces presidente de Fedecámaras, fue convocado a asumir el poder. La mañana del 12 de abril de 2002 numerosas personalidades del variopinto panorama nacional se enfilaron hacia Miraflores —el Palacio de Gobierno— para dar su espaldarazo a quien esa noche asumiría la magistratura del país. Las lentes de los noticieros enfocaron una vez mas a Pynchas Brener. La periodista Eleonora Bruzual recuerda que el rabino veía con el entrecejo fruncido la marabunta que circulaba nerviosa por los pasillos y se preguntaba en voz baja quién juramentaría a Carmona. Y lo suyo más que presagio fue sabiduría de zorro viejo. Efectivamente Carmona se autojuramentó, desarticuló sin reservas todo el sistema democrático y con ello desmoronó la ilusión de un país sin Chávez.
También el 12 de abril, pero en la tarde, tuvo lugar el acto más sensato de toda la jornada: una misa ecuménica al aire libre por los 17 asesinados conocidos del día anterior. Allí las palabras del rabino fueron escuchadas en absoluto silencio por más de diez mil personas. Antes de la salida de la primera estrella —como indican los preceptos judíos— el rabino debió retirarse para cumplir con los deberes del shabat. Muchos aseguran que de no haber sido día sagrado, hubiera firmado esa noche el documento de proclamación de Carmona —como lo hiciera un representante de la Iglesia Católica— y quién sabe si de no haber ocurrido la inmediata y sorpresiva traición del presidente de la patronal, hasta le hubieran solicitado integrar el gobierno.
La demencia cernida sobre Venezuela en aquellos días hizo que muchos nombres se barajaran para conformar una posible junta de gobierno. Una idea —descabellada a todas luces si se recuerda que la constitución venezolana exige un presidente de estado seglar— fue que esa junta estuviera comandada por un trío providencial: el cardenal Ignacio Velazco, monseñor Baltasar Porras y el rabino Pynchas Brener. “Eso fue cuento de camino, pero en el supuesto de que me hubieran pedido ser parte del gobierno habría tenido un dilema esquizofrénico”, sentencia. “Por un lado, mi ego me hubiera dicho que quizá yo podría ser un factor de balance para evitar desmanes, basado en la experiencia que la edad me otorga, en lo que he visto, las leyes y normas morales del judaísmo, mi compromiso ineludible con Venezuela y su democracia. Por otro lado, creo que hubiera sido sumamente peligroso para la comunidad judía porque se hubiera visto involucrada en un proceso que no era del todo legítimo. De todas maneras, yo lo que soy es un rabino y, aunque tengo intereses que están más allá de mi actuación religiosa, ser rabino significa no tener vida privada, ni amigos íntimos y mucho menos participar en la política. Cualquier cosa que hago es como rabino y nunca como individuo”.

PYNCHAS BRENER —su nombre viene de Pinjás, personaje bíblico que demuestra su fidelidad a Moisés al matar a Zimrí ben Salú— nació en 1931 en Tyszowce, una aldea polaca que no aparece en los mapas. Es la octava generación de rabinos jasídicos. A los cuatro años lo llevaron a Perú, donde su padre —experto en circuncisiones y sacrificio de animales— fue contratado como rabino. “Lima era una ciudad preciosa, de reyes. Para nosotros fue un descubrimiento, en mi aldea nunca falló la luz porque no la había. Nunca antes supimos lo que era el agua potable”.
En la capital peruana, a falta de centros educativos judíos, asistió al Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, el más grande e importante. Ya la kipá formaba parte de su atuendo cotidiano, pero se la quitaba media cuadra antes de llegar al colegio para evitar las bromas de sus compañeros y no hacer demasiado evidente que era “diferente”.
A los 16 años, para dar continuidad a la tradición religiosa familiar, fue enviado a la Yeshiva University en Nueva York, donde a la vez que recibió su ordenación rabínica (1955), obtuvo el título de profesor de hebreo (1951), un Bachellor of Arts (1951) y un Master of Arts en la Universidad de Columbia (1955). “No fue mi elección, pero consentí. Yo realmente quería ser actuario, trabajar en una compañía de seguros, pero cuando intenté conseguir un puesto de aprendiz, después de tener mi master, me encontré con que por ser judío no podía hallar trabajo”.
Brener —que se casó con la judeoalemana Henny Bernstein un año después de graduarse de rabino— ejerció durante doce años en el Holliswood Jewish Center de Nueva York. En 1962 pudo echarle un primer vistazo a Venezuela como representante del Rabbinical Council of America, organización mundial que reúne a rabinos ortodoxos, aunque ya antes, en 1955, había rechazado una invitación a Caracas para oficiar una boda y el cargo que doce años después tomaría. “Como no tenía trabajo, pensé, por qué no ir a Venezuela. Le escribí a mi padre contándole, pero él me respondió: no te puedo enviar una bofetada a través del océano, tú vas a decidir lo que quieras, pero yo en tu lugar no iría a Venezuela, porque allí hay un rabino que aparentemente es muy capaz y un poquito beligerante y hay cierta división en la comunidad, para qué vas a empezar tu carrera de rabino en un lugar donde hay dificultades, vete mejor a donde tú seas el rabino, aprende, relaciónate con la gente y cuando ya te sientas más maduro verás lo que haces. Y como yo tenía temor escénico no faltaba más que alguien me dijera que no fuera. Probablemente fue lo más acertado para mí en aquel momento”.
A principios de 1967 fue de nuevo llamado a Caracas para discutir su posible mudanza, hecho que ocurrió definitivamente en septiembre de ese mismo año. Brener llegó con la idea de permanecer tan sólo un lustro en el país, pero el destino ha hecho de Venezuela el epicentro de sus errantes pasiones. “Por haber pasado mis años formativos más importantes en Perú hablaba un buen español y tenía profundos conocimientos de la idiosincrasia de una comunidad judía latinoamericana. No había un gran mercado de rabinos de habla española. Pensé que Venezuela era un lugar donde podía tener ventajas: yo era una simbiosis entre el know-how yankee y el calorcito latinoamericano”.
“Vine a Venezuela con tres hijos, el mayor con diez años, el segundo nueve y el tercero dos, todavía estaba en pañales. La comunidad judía no sabía qué hacer conmigo, no había nadie responsable de mi bienestar, era una colectividad muy virgen, aunque estaba muy bien organizada y hasta tenía un colegio. Cuando llegué no había oficina para un rabino, pensaban que no hacía falta, que él oficiaba bodas y ya, y no necesitaba un lugar de trabajo. Había un concepto completamente diferente de cuál debería ser la función de un rabino. Las personas que conformaron la comunidad judía trajeron consigo los recuerdos que tenían de cómo se comportaba un rabino en el Viejo Continente. Siempre he pensado que no fui el promotor de muchas cosas, pero tampoco un estorbo”.

APENAS DESHIZO LAS MALETAS EN CARACAS, Brener se zambulló en un remolino político que lo ha llevado a ser una presencia ineludible en los pequeños y grandes acontecimientos del país y un rostro discernible en no pocas páginas sociales. En un principio lo suyo fueron las relaciones interreligiosas: pensaba que la comunidad judía, por ser una minoría, debía conocer a los líderes de otros credos y estrechar vínculos más allá de lo teológico para hallar alianzas estratégicas. El primero de enero de 1970 fue invitado por la Comisión de Justicia y Paz de la Iglesia Católica en Venezuela a participar en una misa por la paz en la Catedral de Caracas. “La verdad es que no sabía qué hacer, un rabino no debe ir a una iglesia. Pero pensé que si no iba era como si le dijera no a la paz. Más importante era decir estoy con la paz que decir yo no piso una recinto católico. Después de ese culto el secretario general de la Comisión, Carlos Acevedo Mendoza, convocó a representantes de diferentes credos religiosos a una reunión, porque quedó sorprendido con la respuesta positiva que habíamos tenido. Y desde aquel momento empezamos a reunirnos como una comisión interreligiosa y después de seis meses, por sugerencia de varios de nosotros, decidimos conformarnos en una institución aparte de la iglesia y se creó el Crisev, del cual hoy soy presidente”.
Tras aquel primerizo y tímido vínculo con el poder religioso, Brener iniciaría un irrefrenable repertorio de contactos con las altas cúpulas. No deja de ser irónico que dirigentes de COPEI, el casi extinto Partido Social Cristiano, pasen por su despacho solicitándole consejo espiritual y personal, al tiempo que líderes de todos los recodos de la oposición —y hasta del rancio oficialismo— se reúnen con él en privados almuerzos en los que se descose la realidad del país. Uno de los primeros convidados a las reuniones que vienen realizando desde hace meses los miembros del partido Acción Democrática fue Brener: “Nosotros analizamos la crítica situación actual del país y el rabino es una voz lúcida y autorizada como pocas”, señala Paulina Gamus, excongresante y una de las asiduas a los convites de esa tolda. Cuentan que Gustavo Cisneros, notable empresario de la televisión venezolana, ante la sordera gubernamental acudió a Brener para pedirle que lo incluyera en la delegación que se reuniría con el Papa en su visita a Venezuela en febrero de 1996, en la cual, por cierto, el rabino le sugirió al Santo Padre que rescatara su relación con el Estado de Israel. El Papa no le ofreció respuesta, pero tiempo después en Roma citó en varias oportunidades su conversación con el judío en Caracas.
También se corre la especie de que Brener ha tenido puerta franca en Miraflores durante todos los gobiernos, pero muy especialmente en los periodos presidenciales de los acciondemocratistas Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi y del socialcristiano Rafael Caldera. Con este último sostiene una muy estrecha amistad. “A veces me reúno con gente de la política para saber lo que está pasando en Venezuela. Estos son observadores muy agudos, que tienen fuentes de información privilegiadas y cuyo juicio es importante. En ese sentido, el expresidente Caldera es un muy certero observador de la realidad venezolana y uno de sus protagonistas más importantes. Es un hombre controversial, pero sin duda su juicio debe tomarse en cuenta”.
En 1997, cuando Brener cumplió treinta años en el país, la comunidad judía celebró con bombos y platillos y al agasajo asistió lo más granado de la cartografía económica, social, política y cultural del país, incluido el presidente de la República, Rafael Caldera, quien impuso al rabino la Orden del Libertador en su grado de Gran Oficial. José Vicente Rangel, sagaz periodista que para la época renegaba con furia de los lodazales en los que él mismo chapotearía y que tal vez no se imaginaba varias veces ministro y hasta Vicepresidente de la República en un gobierno tan siniestro como el de Hugo Chávez, se disculpó por no haber asistido al evento en su muy leída columna Los hechos y los días: “Lamenté no acompañar al amigo, el rabino Pynchas Brener, en el homenaje que se le hizo con motivo de cumplir treinta años en Venezuela. Se trata de un hombre sabio y de un líder de la comunidad —no sólo la judía. De alguien que siente profundamente a este país...”. Es vox populi que el actual vicepresidente forma parte de la cuadrilla de afectos del rabino, entre los que también se cuenta a Luis Miquilena, excoordinador nacional del Movimiento Quinta República y hoy enemigo acérrimo del presidente.
En el año 2000 Carmen Montilla de Tinoco, en ese momento Agregada Cultural de Venezuela en la Habana y viuda de Pedro Tinoco —Ministro de Hacienda en el primer gobierno de Rafael Caldera y Presidente del Banco Central de Venezuela durante el segundo mandato de Carlos Andrés Pérez— ofreció un agasajo a Brener en honor a sus 45 años de ordenación rabínica, reseñado a ocho columnas en varios periódicos. Agradecido y conciente del significado de la reciprocidad, Brener también suele ofrecer en su propio penthouse lustrosos agasajos. Hace dos años el centro de uno de esos festines fue el mismísimo José Vicente Rangel, para agradecer sus atenciones con la comunidad judía. En tal oportunidad el discurso del rabino no hizo concesiones al rol de anfitrión, fue corto pero afilado: señaló que hubiera querido regalarle un pulóver a Rangel —prenda que el periodista no abandonaba otrora en su programa televisivo— “pero no sé su actual talla, puesto que el poder engorda”, dijo entre risas. A cambio le obsequió una Biblia.

PERO NO TODO BRILLA EN EL TRAMADO PÚBLICO DE PYNCHAS BRENER. En breves pero intensas oportunidades su nombre ha saltado a la palestra vinculado a situaciones poco “divinas”. En 1996 estalló un escándalo sobre presuntas irregularidades en las finanzas de Petróleos de Venezuela (Pdvsa). Bajo grandes titulares que pregonaban el sueldo de Luis Giusti, entonces presidente del consorcio, aparecían también señalamientos sobre el uso indebido de los aviones de Pdvsa. Se decía que Franck Alcock, exvicepresidente de esa industria, había pagado con dineros del gobierno parte de los gastos del fastuoso matrimonio de su hija Clarissa con el industrial estadounidense Edgar Bronfman Jr —heredero del emporio Seagram e hijo del presidente del Congreso Judío Mundial— y cedió los aviones de Pdvsa para transportar a los aquilatados invitados, uno de ellos el actor Michael Douglas.
Entre dimes y diretes salió a relucir que la flotilla de aeronaves había ofrecido discretos aventones a otros personajes como la ex-Miss Universo Irene Sáez y el rabino Pynchas Brener. Los motivos de los viajeros fueron tan variados como sus destinos. En el caso del religioso judío —en un Gulfstream de más de diez asientos y acompañado de una delegación que incluía a su esposa, representantes de la iglesia y de la comunidad judía— fue para realizar en 1988 “gestiones humanitarias” en Cuba, donde, además de relacionarse con sectores religiosos de la isla y constatar el deterioro del judaísmo cubano, intercedió ante Fidel Castro para que permitiera la salida del cuñado y los suegros de Rafael Quiroz, en el momento secretario del Congreso venezolano. Brener era experto ya en materia de salvamento de víctimas de las garras cubanas: en 1987 había conseguido, tras una reunión de una hora con Fidel Castro, la salida de cinco judíos que tenían familiares en Caracas. Pero aquel viaje de 1988, que tanta polvareda levantó, quedó hábilmente justificado —la prensa hizo énfasis en las susodichas “gestiones humanitarias”— y sin consecuencias que empañaran el presente y futuro de las relaciones del rabino con la pléyade gubernamental.
Cuenta el propio Brener que pasada la medianoche del 12 de abril de 1988, él y la comisión que lo acompañaba se dirigieron al Palacio de la Revolución en La Habana, donde sostuvieron una reunión de cuatro horas y veinticinco minutos con un Fidel Castro amable y conversador. Los temas se pasearon por la política norteamericana, la medicina familiar, Israel, la perseverancia del pueblo judío y, por supuesto, la posible liberación de los familiares del congresante venezolano. “Nuestra conversación incluyó ron y café”, recuerda Brener. “Le enseñamos la palabra hebrea Lejayim, utilizada para brindar, y que se había convertido en nuestro saludo, casi oficial, en todos nuestros encuentros. Deben regresar, nos dijo Castro mientras nos acompañaba al ascensor en señal de amistad. Cuando le hablé de la familia de Quiroz se hizo el desentendido, no sabía de qué se trataba, pero yo insistí. Le hablé de libertad y me dijo que en Cuba había libertad completa. Yo le repliqué que había tres personas que querían salir. Dijo que estudiaría el caso. Horas más tarde, justo antes de nuestra partida hacia el aeropuerto, sonó el teléfono. El doctor Miyar — secretario personal de Castro y del Comité Central del Partido Comunista— me informó que el Comandante le había encomendado comunicarme personalmente que su decisión con referencia a la salida de la familia Sánchez era positiva, pero que era físicamente imposible cumplir con los requisitos burocráticos indispensables en tan corto lapso. Prometió que la familia Sánchez saldría rumbo a Caracas en el vuelo del sábado siguiente. Y efectivamente los Quiroz y los Sánchez se reunieron pocos días después”.
Durante aquella visita, Castro le preguntó al rabino en tono confidencial quién creía que ganaría las próximas elecciones en Venezuela: “Le dije, Comandante, los analistas aseguran que será Carlos Andrés Pérez. Entonces me dijo que pensaba lo mismo y me pidió que cuando viera a Pérez le comunicara que si lo invitaba iría a la toma de posesión. Un mes después vi a Pérez en una reunión y le conté. Él no respondió, pero mostró una gran sonrisa y efectivamente lo invitó para sus criticados festejos de 1989, en los que Castro terminó opacándolo”.
La relación de Brener con el presidente cubano no ha sido íntima pero sí constante. En 1995 visitó de nuevo la isla —esta vez en un avión comercial—, junto a sesenta miembros de la comunidad judía venezolana en una misión de solidaridad e intercambio. Luego se volverían a ver en febrero de 1999 en una cena privada en La Casona, residencia presidencial, durante la romería que siguió a la toma de posesión de Hugo Chávez. “Tengo pensada una nueva visita a La Habana pero la realidad política en Venezuela me lo está impidiendo, creo que se interpretaría mal, como un acto político. Mi interés es la comunidad judía de La Habana, que está muy solitaria. Quisiera reforzar nuestros lazos de comunicación. Pero en este momento sería imprudente”.
El propio Brener se pregunta qué interés puede tener Fidel Castro en recibirlo y tratarlo con simpatía: “Y la única respuesta que se me ocurre —intuye— es que él tiene un corral con gallos, pintores, escritores y quiere allí a un rabino. El es amigo de personas muy diferentes para demostrar la amplitud de su personalidad, una compensación quizá ante otras carencias suyas”. Como Chávez, podríamos tal vez añadir.

EL RABINO PYNCHAS BRENER sabe que no es moneda de oro ni siquiera en su propia congregación, que a ratos, ante su contoneo público, duda de su estricto acato a la normativa judía. Pero él cumple a pies juntillas todo a cuanto obliga su rol de máxima figura religiosa —personas cercanas a él así la aseguran. Cuando se atreve a un frívolo pecadillo, como comerse un hot dog, lo hace en Mr. Brodway, un tradicional restaurante kasher de Manhattan, isla por la que anda a sus anchas, en camisa de manga corta, gorra de paisano, zapatos de goma y rostro de libertad.
“Dentro de la comunidad judía de Caracas siento que hay dos visiones que no puedo calificar cuantitativamente”, explica. “En la generación de mayores hay la tendencia a mantener un perfil bajo, porque sienten que en Europa había mucho antisemitismo y lo más importante es pasar desapercibido: también tienen miedo del mundo político, de las fuerzas sociales y temen que si empiezas a participar puedes ser señalado. Ellos prefieren que uno no se manifieste públicamente, que no escriba en la prensa, que no salga fotografiado, que participe lo menos posible. Mientras hay otros, sobre todo jóvenes, nacidos en Venezuela, que sienten que si vives en un país tienes que participar en él”.
Como muchas cosas en el trazado biográfico del rabino, también sus artículos han sido asunto de discordia. Ajustados a temas como la Biblia, la fe, la justicia social y las tendencias del pensamiento contemporáneo, muy de vez en cuando sus textos han surcado, con astutas metáforas y parábolas, los vericuetos nacionales. El primero de diciembre de 1999, catorce días antes del referéndum que aprobó la instauración de una Asamblea Constituyente en Venezuela, Brener publicó un artículo titulado El rey está desnudo, que fue entendido con gran escándalo por Norberto Ceresole —neofascista argentino que asesoró a Chávez en sus primeros tiempos— como un atentado contra el presidente: “La interpretación correcta del texto”, respondió Ceresole, “es entonces que toda esa comunidad señala al presidente Chávez como la reencarnación del ‘mal absoluto’ (Hitler y Stalin), y al pueblo venezolano como cómplice (del mal) y cobarde (ante su propia malvada creación)”. Ceresole concluía que Brener era un “profeta del odio sionista”, de lo que hoy el rabino se ríe admitiendo que “la interpretación es libre”.
Brener asegura no tener una agenda política y que todo cuanto hace es por el bienestar, la salud social y espiritual de la comunidad judía. Muchos no lo creen e incluso se atreven a suponer de soslayo que algunas de sus actuaciones son parte de una cautelosa estrategia que podría llevarlo algún día a la presidencia del Congreso Judío Mundial: “Sé que soy tema de conversación generalmente para decir algo negativo, con eso también cumplo una necesidad de mi comunidad, porque creo que siempre debe haber un pequeño satanás a quien culpar de algunas cosas. Creo que esa función la desempeño muy bien”.
La actuación de Brener, sobre todo fuera de la comunidad judía, suena a ponderación, respeto, tradición y solidez. No es casual que la propaganda televisiva que intentaba resaltar el rol —inútil por demás, según el consenso— de la Comisión Presidencial para el Diálogo mostrara en primer plano al rabino como una suerte de aval providencial. Parece claro que también el presidente Chávez apuesta a esa imagen del rabino y si se hace de la vista gorda ante sus coqueteos con la oposición —no demasiado abiertos pero a estas alturas más que obvios— es porque, a todas luces, Brener resulta un individuo conveniente. De hecho, el presidente venezolano se expresa amistosamente del rabino ante terceros, no duda en enviarle saludos efusivos y cuando las circunstancias los ha puesto de frente se han dado vigorosas palmadas en la espalda como viejos compadres.
Por otra parte, la opinión de Brener, ante álgidos temas de política nacional o internacional, es consultada con frecuencia por los medios de comunicación, llegando a señalársele como representante de la colectividad judía venezolana, hecho que engrincha a más de uno de sus detractores y confunde a quienes desconocen que en el país vive más de una docena de religiosos judíos, algunos con la misma jerarquía de Brener.
Por puro “azar” Brener estuvo ausente de las tarimas, las ruedas de prensa, las marchas y la tolvanera política que sacude a Venezuela desde el 2 de diciembre de 2002, cuando se inició un paro cívico y petrolero en respuesta a la ingobernabilidad que reina en el país y a la negativa del presidente de permitir una salida electoral —que sigue sin admitir. El devastador periodo de la bitácora venezolana coincidió con las vacaciones anuales del rabino, atrincherado hasta fines de enero en su apartamento de Nueva York. “Nunca estuve lejos. No perdí contacto con lo que ocurría en el país. Pasaba todo el día escuchando la radio a través de Internet. Llamaba dos o tres veces al día a Caracas. Estaba como loco, quería saber todo lo que pasaba”.
Apenas aterrizó de nuevo en Venezuela, Brener se las ingenió para volver a las andadas. Mientras el país está sumido en el agobio económico, la escasez y largas colas para surtirse de gasolina, el rabino calienta con desbordado optimismo los motores de una fundación sin fines de lucro, Conciencia Activa, idea que anima desde el año pasado junto a Su Eminencia Cardenal Rosalio Castillo Lara —ex administrador de la Ciudad de El Vaticano— y en cuyo Consejo Consultivo hay expresidentes del país, cabecillas de corporaciones financieras y de canales de televisión, empresarios, rectores y ex rectores de las más importantes universidades, académicos, intelectuales, promotores culturales y artistas. La fundación, que oficialmente se instalará el próximo mes de mayo, persigue fomentar una toma de conciencia acerca de los valores éticos que deben conformar a la sociedad para que se conviertan en un factor significativo en la disminución de la pobreza, tanto material como espiritual. “Quizá en estos tiempos turbulentos es cuando resulta más oportuno hacer llamados a la solidaridad, al respeto mutuo, a la justicia, a la tolerancia y a la ética”, explica el rabino.

SE SUPONE QUE UN RABINO DEBE SER ANTE TODO UN ESTUDIOSO, un buen consejero, un conciliador, un perpetuo rezandero y un modelo de cómo vivir en comunidad. Brener es todo eso, pero rechaza sin pudor los esquemas, los estereotipos, las imposiciones: “Un rabino que es medio santo puede ser una referencia ideal, pero en el fondo no sirve de modelo para los hombres y mujeres de carne y hueso. Yo creo que el rabino debe ser como tú, pero un poquito mejor; que no se vista totalmente diferente, que no viva totalmente diferente, que no tenga una vida demasiado austera, que pueda ser un marco de referencia real. Quienes creen que mi actuación es peligrosa no saben que vivir es, de por sí, peligroso y arriesgado, porque sólo los vivos mueren. Yo quiero una vida con algo de adrenalina, quiero dejar una huella, aportar algo a Venezuela, que desde hace mucho es mi país”.


© Jacqueline Goldberg
Publicado en la revista Gatopardo en 2003.

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