sábado, 25 de agosto de 2007

ELIAHU TOKER: traductor del alma judía


A trasvasar la lengua de sus ancestros se ha dedicado Eliahu Toker (Buenos Aires, 1934), transformándose en "el más importante traductor del ídish al español", según refiere Jacqueline Goldberg, en medio del diálogo que sostuviese con él en torno a esta "lengua de entendimiento fraternal", y frente a la Antología de la poesía ídish contemporánea que le llevara "veinte años de trabajo y en la que están incluidos cerca de 70 poetas nacidos entre 1862 y 1935"


El ídish es la lengua afectiva de los judíos de la Europa Oriental. En ella se agitan los festines y horrores transitados por el pueblo judío desde hace un milenio. A partir de ella se bifurcan las tradiciones, la identidad, la casa, el dolor, la palabra como prolongación del cuerpo.
El ídish nace en el siglo X, a la vez que muchas otras lenguas europeas, en ciudades orilladas al curso medio del Rin. "Se forja -escribe el especialista Itzjok Niborski- en el seno de comunidades judías recientemente llegadas del norte de Italia y norte de Francia con su bagaje de hablas románticas, enriquecidas por el hebreo-arameo siempre viviente en los estudios talmúdicos y en la liturgia. De estos elementos, a los que se suman el medio-alto alemán hablado por la población circundante y -más tarde- las lenguas eslavas, surge el ídish".
Tratándose de una lengua que desarrolla su vertiente literaria homogénea en el siglo XV y que alcanza un notable apogeo y difusión un siglo antes de la Segunda Guerra Mundial -con una caudalosa producción de teatro, poesía, narrativa, periodismo, textos religiosos y folklóricos-, quienes emprenden el arduo oficio de la traducción se topan a menudo con encrucijadas que superan lo lingüístico para internarse en la polifonía espiritual, en la pasión por una lengua que representa una manera de ser judío en el mundo. Se calcula que en vísperas del Holocausto había once millones de hablantes. En la posguerra el ídish se dispersó por el mundo -fundamentalmente en Estados Unidos, Argentina e Israel- como una lengua de entendimiento fraternal y de profiláctica separación de la comunidad nacional.
Dice el Talmud -conjunto de explicaciones de la Torá, libro fundamental del judaísmo-que quien traduce literalmente es un falsificador. Y tanto es así que el poeta argentino Eliahu Toker (Buenos Aires, 1934) habla de "transustanciación poética" a la hora de explicar el proceso de traducción que lo llevó a tejer El resplandor de la palabra judía. Antología de la poesía ídish contemporánea (Ediciones Arte y Papel, Buenos Aires, 1996).
"Traducir poesía supone", señala Toker, "deshuesar cada palabra, pesar cada verbo, paladear larga, reiteradamente, con el oído y las manos, en ambos idiomas, cada verso primero, la poesía como una unidad después, hasta lograr -sin que se evaporen poeta ni poesía- que un mismo canto resulte transparente y cargado de sentido a personas de cultura diferente, que parten de experiencias distintas".
Eliahu Toker llegó al oficio de traductor de manera casual, aunque el ídish es su lengua materna y la habla con absoluta naturalidad. A finales de los años cincuenta el director del suplemento literario del diario Amanecer lo instó a hacer unas breves traducciones y ya jamás ha podido abandonar la obsesión de trasvasar la lengua de sus ancestros. "Ha sido muy placentero hacerlo, y tuvo mucha repercusión. Empecé entonces una tarea cuyo resultado ha sido esta antología que me llevó veinte años de trabajo y en la que están incluidos cerca de 70 poetas nacidos entre 1862 y 1935".
Pero el placer ha sido superado por el sentido de la responsabilidad. Y aunque Toker prefiere no vanagloriarse de ello, la crítica lo señala como el más importante traductor del ídish al español. "Al hacer la antología tuve una especie de sensación siniestra, no sé si de responsabilidad o placer. Es una sensación muy extraña, porque reunía el horror y la belleza, el placer y la angustia. No sabía dónde comenzaba una cosa y terminaba la otra".
A todos los traductores se les pregunta lo mismo: ¿hay recreación en ese oficio? Y casi todos suelen responder afirmativamente. Toker no es la excepción. "Tuve polémicas con la gente de la revista Idiomanía, con la cual colaboré. Había una persona, cuyo nombre no recuerdo, que escribió una nota denominada Las 10 reglas para traducir poesía. Le contesté que la primera regla es el poeta. No hay otra regla, aparte del sentido de la vergüenza para decirse 'esto no va, tíralo a la basura'".
Toker mismo es un sensible y reconocido poeta, por eso la traducción ha alcanzado en su propia creación límites que él prefiere no reconocer aún: "Uno está siempre 'inspirándose' en todo. Yo diría que a mí me pasa casi al revés de lo que a otros: mi relación con la poesía influyó indudablemente en el hecho de traducir y en el resultado, bueno o malo. Pero es mi concepción de lo que es poesía. Hay alguien que trabajó bastante alrededor de mi poesía, que dice que yo escribo en ídish. No me doy cuenta, creo que estoy escribiendo en castellano. Pero no tengo por qué no creerle".
Y agrega: "Al finalizar esta antología me queda la sensación de haber sido parte de una tarea colectiva; de haber dialogado con decenas y decenas de poetas -vivientes o no- a través de sus obras; de haber forcejeado con ellos palabra a palabra, golpeando y acariciando una y otra vez sus poemas con delicadeza y prepotencia, para adecuarlos a un idioma completamente diferente de aquel en el cual fueran concebidos".
El prólogo de El resplandor de la palabra judía -de Niborski- da cuenta de una evolución de la poesía ídish cuya prehistoria se sumerge en el siglo XIV, ejecutada entonces por recitadores ambulantes. Ya en el siglo XIX esta poesía toma las vertientes de la canción popular, por un lado, y de la escritura de "corte moderno" inspirada por el Iluminismo, por otro. En el siglo XX los convulsos movimientos políticos europeos -la Revolución Rusa, las Guerras Mundiales, la creación del Estado de Israel- conducen a la poesía ídish hacia muy diversos abrevaderos, en los que comienza a imperar el individualismo, la reconcentración en la temática nacional y una lírica más cercana a la producción poética universal.
Hoy en día hay numerosos narradores escribiendo en ídish y algunos poetas: "Aunque no son muchos, ni grandes, que yo sepa. En Israel, el Parlamento creó dos funciones o institutos de promoción, uno de la lengua ladina o judé, y otro, del ídish. En la comisión de promoción del ídish colocaron a un tipo, que no sé quién era, y no pasaba nada. Hace poco lo cambiaron por un tipo a quien además conozco, un ex director de un hospital argentino, enamorado del ídish. Para mi sorpresa, acaba de empezar a salir una revista literaria en Israel, Punto Medio, que es de primerísimo nivel".
Si bien escribir en ídish es una marca indeleble de judaísmo -más aún, de judaísmo ashkenazí-, cabe la pregunta de si tal condición lingüística imprime a los textos particularidades temáticas e ideológicas, de si existe una poesía que pueda llamarse judía: "Es la primera pregunta que uno se hace cuando encara una antología de este tipo. La manejo con criterio absolutamente subjetivo. No me interesa una poesía que sea judía porque habla todo el tiempo sobre los tópicos de la vida judía. Me interesa aquella que tenga una cosa más bien sutil, que hable de pronto sobre la extranjeridad, la otredad, de esa mirada que tiene, creo yo, el judío sobre el mundo de no dar las cosas por supuestas, la capacidad de discutirlo todo. En fin, ese tipo de cosas que se pueden encontrar en principio en no judíos. En esta antología incluí a una poetisa que, después, supe que no era judía: Sylvia Plath. Ella tiene una serie de poemas de los que, tras leerlos, ni dudé que fuera judía. Cuando me llamaron para decirme que ella no era judía, me fui a la Lincoln, agarré sus libros, empecé a leer su biografía, que además me fascinó. Me enteré de que ella tenía una relación horrible con el padre y se sentía la judía del padre nazi. Apareció toda una cosa del nazismo que me interesó mucho, me pareció elemental, aunque el judaísmo hubiera quedado lejos".

©Jacqueline Goldberg
Publicado en Verbigracia, El Universal, en 2001.

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