sábado, 25 de agosto de 2007

LUIS MORENO: de espaldas al infierno


A mediodía el teléfono es un bicho imprudente. Sea quien sea fastidia. Luis Moreno almorzaba cuando un inoportuno ring exigió el esfuerzo de abandonar un promisorio paraíso de pasta. Sin embargo, el nombre del interlocutor permutó hastío por nervios, hambre por dolor de estómago. «Es el señor Santos López de la Casa de la Poesía». De inmediato el poeta de 30 años recordó que un libro suyo se hallaba en las garras de la suerte y aquella llamada auguraba algún coqueteo con el Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde. La palabra felicitaciones se coló por el auricular como un susurro ajeno y remoto. Todavía incrédulo, Moreno hablo con López, luego con Eugenio Montejo, quien se encargó de explicarle en nombre del jurado que el libro Manual para los días críticos se había hecho merecedor de uno de los premios más importantes del país. Suspicaz como es, Moreno no se da aún hoy por aludido. Está feliz pero calmado. Orgulloso pero humilde. Reconoce la magnitud del galardón pero no por ello siente que la vida habrá de cambiar demasiado: continuará dando clases en la Alianza Francesa, de semiología y de literatura y religión en la misma escuela de letras donde se graduó hace seis años; seguirá reuniéndose con amigos para tomar tody a las cinco de la tarde en la avenida Bella Vista.
También la poesía permanecerá ahí como un puñal severo y silencioso, lentamente espesada bajo los ardores de esa ciudad natal que no le es del todo grata. «Por quitarme cierto estigma digo que nací en Santa Cruz de Mara, que es un lugar sin mayor importancia en la geografía zuliana y por tanto no existe. Dado que critico tanto a los maracuchos, eso me otorgaría el derecho de seguir haciéndolo con dureza. No me siento perteneciente a la extraña raza nacida a orillas del lago, no comparto muchos de sus rituales, me enerva su comportamiento, su extraña moralidad». Aunque tentado a dar cuenta de un relato apócrifo, soba con picardía una recién estrenada barba y ahonda a regañadientes en los rigores del tema autobiográfico: «Nací bajo el signo virgo en 1966, tengo ascendente cáncer y la luna en aries. La astrología me interesa solo desde el año pasado, cuando me hice la carta natal y como resultó tan favorable solo puedo aceptar tácitamente sus augurios. Esa carta hablaba de éxito en mi labor creativa y decía que en los primeros días de octubre iba a recibir una importante cantidad de dinero.....ja,ja,ja...¿sería el premio?».

¿Maracaibo permite escribir?

«Si, porque es una ciudad que no existe. A pesar de lo que dicen los cartógrafos no es más que un grupo de lugares poblados. Por lo tanto no existe tampoco como obstáculo. Uno vive aquí, pero habita determinados espacios rodeado de alguna gente que uno quiere. Por ser Maracaibo tan forzosa trato de escabullirme a su camisa. Prefiero, como mecanismo de defensa, omitir todo lo que ella puede obligar. Escribo de espaldas, sin considerar cuáles son sus gustos o su reprimenda. Sólo interviene en mi vida y en mi poesía de manera irónica y como una ofensa. No la nombro, porque además su mote me parece feo, hablo de algún lugar caluroso e infernal que ofende a las buenas ánimas que penan por aquí».

Una magnífica excusa para la poesía
«Es cierto que en una ciudad perfecta no se podría escribir. Maracaibo ha sido un karma a favor porque aquí he escrito, pero espero liberarme de él pronto. Espero no morir en Maracaibo, aunque no he escogido todavía ese lugar final.... espero que no sea Lagunillas, ni Santa Cruz de Mara, que también son espantosas».

El otro origen
Luis Moreno Villamediana pensaba estudiar ingeniería química, pero al enfrentarse a la planilla de preinscripción universitaria la mano adquirió una suerte de voluntad propia que talló el abismo de las letras, quizás viendo con horror pasar el resto de la vida en un laboratorio, cuando lo que más le gustaba era leer y escribir unos poemas torpes –dice– plagiadores del dolor de Vallejo o del encantamiento de Sanit John Perse: «Ahora no me queda más que imitarme a mí mismo, esa especie de ectoplasma que somos y no conseguimos aprehender».

El espejo primordial
«Mis lecturas en la universidad se alejaban del pensa de estudios. Es lo bueno de escoger un maestro a temprana edad. Antes de entrar a la universidad yo había leido Rayuela y como me pareció tan fascinante su combinación de intelectualismo y sentimentalidad me quedé prendado de Cortazar, cuya cultura e información permea toda la novela. Inmediatamente sentí curiosidad por aquello que el autor argentino refería y traté de buscar algunas cosas. Otros libros llegaron a mi por intuición y azar, por un olfato ingenuo que me hacía comprar títulos que sonaban interesantes. Luego descubrí que muchas de las obras leídas eran catalogadas como maestras.

¿Y el interés por la traducción?
«No estudié otros idiomas –francés, portugués e inglés– por abominar el español sino por requerimientos de la propia lectura. Es otra lengua la que permite tener la experiencia de la materia poética. El monolingüismo es una tragedia. No se puede ser un gran lector con un sólo idioma. Además, la traducción es un acto de creación».

También el ensayo es una obsesión..
«Como buen virgo no puedo ni quiero liberarme de lo que llamamos la reflexión, que no es más que una modalidad de la poesía. La literatura no puede ser ingenua, a diferencia de la pintura y la gente que la valora. Requiero un grado de pensamiento lúdico visceral, necesito a la hora de leer verificar cómo el libro halla cobijo en mi propia vida. Me exijo esas simetrías y analogías, el abanico de las referencias. El ensayo es quizás el momento en que el autor del poema se convierte en lector; es el género en que uno irónicamente comienza a hacerse preguntas. El ensayo es la gran metáfora, en él debe hablar un simulacro de interlocutor, la máscara que es capaz de fustigar toda la sentimentalidad de la primera persona. En este género se explaya la parodia, la crueldad, una voz teatral.

Dar clases de semiología... ser semiólogo
«Soy profesor de semiología, se de qué se trata, me interesa, pero no está para nada presente en mi poesía. Se ha visto en ciertos escritores que practican esa ciencia que ella suele conducir al fracaso, porque acumula una gran cantidad de nociones, abstracciones y jergas que aniquila la escritura. No creo que Umberto Eco sea novelista, probablemente pase a cierta historia como semiólogo.

¿Literatura y la religión?
«Esa otra cátedra que dicto me interesa más para mi trabajo personal. He descubierto cosas maravillosas en la cultura musulmana, en San Juan de la Cruz. He estado pensando vagamente en algunos poemas para un futuro libro, quizás al margen del poeta español, aunque soy un escéptico en materia religiosa, no creo que sea posible ninguna comunicación con Dios, ni siquiera creo que exista. No soy nihilista, pero si un hombre que duda. A veces me pregunto si dios existe, pero me respondo que él tiene tanto poder que ha hecho que yo no me interese por él. Dios no me necesita para la alabanza, la economía del universo, la salvación del prójimo, por lo tanto mi vida acepta si acaso que Dios sobrevive teóricamente como un ente antropomórfico, y eso porque me interesa su preservación como iconografía en el arte.

Pero algo nos ata a la vida....
«Desde el año pasado creo que hay un proyecto de destino y que tal vez sea planetario. Me interesa que sea así porque la carta natal me es muy beneficiosa y me gustaría que se cumpliera. Aunque el éxito que ella supone es demasiado hollywodense. Solo pido que no me traiga miseria».

La duda maniatada
Luis Moreno dice ver todos sus libros como una antología, sin una imagen central desarrollada. En Manual para los días críticos hay poemas muy viejos, rescatados de una agenda de principios de esta década, aunque el cuerpo del poemario está compuesto por textos más recientes. A esos poemas se suman unas traducciones tan personales que se convirtieron en versiones que no exigen ya el nombre del autor original: «Lo que escribo puedo restringirlo a cuatro estancias: los poemas de la persona, del hombre Luis que vive en una ciudad miserable que tiene tal o cual opinión y necesita tal o cual exilio; la segunda es la detenida visión del mundo, que en mi caso es miope; la tercera es la voz del amor, de la mujer que se ama; y una cuarta que es la voz prestada, la de los poeta que admiro».
Moreno ha venido ejercitándose en la espasmódica discplicencia editorial y de los concursos desde hace un par de años, cuando ganara la Bienal Pocaterra y su primer libro, Cantares digestos apareciera en Mérida bajo el sello de ediciones Mucuglifo. Seguro como parece estar de su destino literario, Moreno había reservado su segundo libro para una gran oportunidad, un espacio de confrontación que reiterara la fuerza y eficacia de su lenguaje poético. En la última edición de la revista on-line La Mano junto al muro, unos poemas de Moreno fueron puestos a navegar tras una insistencia casi intuitiva de los editores.

La cotidianidad ideal para un poeta
«La de un aristócrata cultivado. Alguien que puede levantarse tarde sabiendo que tiene algo que desayunar. Alguien que pueda pasear por una ciudad donde es anónimo, donde haya arboledas y espacios abiertos y con un clima decente. Alguien que pueda tomarse un café con toda la morosidad del mundo y trabaje sólo a medio tiempo en cualquier cosa que no exija demasiado a su espíritu, una labor que termine cuando cierra la puerta. Alguien que vaya al cine y consiga piezas no sólo norteamericanas. Alguien que regrese a su casa y encuentre a una esposa extraordinaria con la que hacer el amor.

Nunca escribiría...
«Tal vez en la madrugada. Eso sería lo menos importante».

Nada parecido a nuestras vidas...
«Siempre que uno sea capaz de olvidar que hay una posible culpa, que uno sea capaz de saltar sobre la camisa vuelta polvo, la escritura es posible. En Maracaibo hemos leído ya muchos poemas de gente que paga recibos de luz y compra pantaletas a la esposa. La realidad no es lo terrible. Yo también pago cuentas. Eso es natural. La dificultad está en creer que semejante cúmulo de detalles sean suficientes para hacer una obra literaria, como si la poesía pudiera reducirse al tráfago de la vida cotidiana. La poesía es esa vida doméstica, pero con un punto de vista, una agudeza verbal sobre ella. Es una ridiculez considerar que en el papel, como en una fotografía, se va desarrollando el día de cada poeta y que el lector deba aceptarlo sin mas».

Se necesita una voluntad férrea para evadir la realidad...
«Se requiere la voluntad de vencer la cotidianidad y la arrogancia de confiar en un destino literario, pensando que cuanto nos pueda ocurrir tal vez sea una ordalía y que al final lo que uno crea superior terminará por salvarnos de la mediocridad. La vida de nadie es en sí poética, porque de serlo mi vida rutinaria y aburrida no habría merecido el premio. No fueron mis 30 años los que concursaron, sino el Manual para los días críticos.»

El mundo poetizable
«Me gustaría que el mundo visible, que es mucho más importante que el teológico, tuviera una abrumadora presencia dentro de mi cráneo. Quisiera poder ver como ven algunos grandes poetas norteamericanos. Quisiera poder sentir como Funes, el personaje de Borges, pero menos patológicamente. Quisiera ser sensible al hecho de que hay vibración en las hojas y en las nubes. Es simplemente una aspiración».

¿Dónde queda la poesía urbana?
«Para ejemplificarla me restrinjo a un solo nombre: Rafael Arráiz Lucca. Lo único que he sacado de su poesía es un dato pragmático. Por él supe que basta un mínimo de crema dental en el cepillo para lavarse los dientes. Aparte de ese detalle que agradezco, no creo que su obra tenga suficientes grados de conmoción para hacerlo un poeta perdurable. Insisto, no es la ciudad, ni la raza, ni la cola en el banco lo que escribirá el poema. Es la mano que ha copiado esa realidad la que se encargará de transmutar esa miseria en magia. Parecería que la poesía venezolana de estos últimos tiempos se conforma con inventariar el mundo. Eso no es suficiente para que el lector intuya la existencia de una sensibilidad. Se requiere mucho más que la modestia del catalogador».

Tanta ironía, tanto simulacro.
«A veces pienso en eso y recuerdo que alrededor de los 18 años quise ser budista, todo por culpa de Cortázar que tiene un piso de cultura orientalista. Una de las consecuencias de Rayuela fue comenzar a pensar en la posibilidad de aniquilar el yo, siquiera como juego.... pero con mis condiciones y gustos sibaritas no pude continuar considerando la idea de extinguirme en vida. Entonces decidí un movimiento contrario: mantendría el yo pero lo vería desde una distancia sonreída e irónica, tratando de no tomarme demasiado en cuenta. Me propuse que la vanidad mostrada a mis interlocutores fuera artificiosa, construida para el momento. No quiero tomarme casi nada en serio, aunque mis amigos me consideren distante y excesivamente racional. Esa distancia establecida como imposibilidad budista fue reforzada por lecturas a algunos grandes ironistas como Borges y Montaigne. La ironía es una gran virtud en la literatura, más que la piedad. Prefiero ser cruel y burlón. Me es imposible ser públicamente afectuoso.....Claro, algunos amigos han descubierto la artimaña y ven en mi ironía un parapeto que estimo y alimento».


©Jacqueline Goldberg
Publicado en Papel Literario, El Nacional, 1998.

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