sábado, 25 de agosto de 2007

ILAN STAVANS: escritor diaspórico


El escritor mexicano Ilan Stavans pasó por Caracas en volandas para presentar su último libro, La condición hispánica, sobre el splanglish en los Estados Unidos, país donde reside desde hace varios años. En una entrevista especial para Nuevo Mundo Israelita se detuvo en los filones de la diáspora latinoamericana, tejiendo su percepción crítica desde los parajes de la autobiografía


Dos días en Caracas bastaron a Ilan Stavans para ofrecer un puñado de entrevistas, almorzar con los amigos —que no son pocos por estos lares— y presentar su más reciente trabajo en el marco de la Feria del Libro.
El escritor nacido en México en 1961 es autor de una prolífica obra que incluye en español La pianista manca y otras historias y La condición Hispánica. Asimismo, en inglés pueden leerse Art and Anger: Essays on Politics and Imagination; Tropical Synagogues: Short Stories by Jewish Latin American Writers; The Hispanic Condition: Reflections on Culture and Identity in America, The Oxford Book of Latin American Essays.
Stavans obtuvo en 1992 el Premio Latino de Literatura, en 1994 fue nominado para el National Book Critics Award for Excellence in Reviewing, y en 1998 la beca Guggenheim. Actualmente es profesor del departamento de español de Amherst College en Massachusetts y editor de la prestigiosa serie Jewish Latin American de la Universidad de Nuevo México, enfocada hacia la traducción y promoción de escritores latinoamericanos judíos en los Estados Unidos.
Stavans, hijo de un actor del teatro yiddish y de telenovelas, comenzó a escribir en la adolescencia, cuando la vena artística del hogar lo estimulaba a expresarse más allá de las palabras cotidianas. Sus abuelos paternos y maternos, provenientes de Polonia y Ucrania, formaron parte de esa primera oleada migratoria que conformó a partir de los años 30 la comunidad ashkenazí mexicana. El destino lo llevó hace una década ya al país del norte, desde donde ha podido mirar con otra sensibilidad el gran laboratorio de metáforas que para él constituye América Latina.

—¿Es posible ser judío y mexicano a la vez?

—Nací en México por accidente. Estoy muy agradecido con mi país natal por haberle abierto las puertas a mis ancestros cuando huían de Europa, pero muchos de ellos sólo soñaban con asentarse en los Estados Unidos y terminaron quedándose en el país azteca porque les fue muy bien. México es un país increíblemente generoso, su gente es de corazón abierto y ha hecho sentir a los inmigrantes judíos como en su casa. Sin embargo, uno nunca termina de sentirse mexicano del todo. Esa dialéctica genera una sensación de ser y no ser. Crecí sintiéndome como una especie de huésped que rentó una casa que nunca llegaría a ser propia.
—¿Es un callejón sin salida?
—En mi caso eso se ha resuelto con mi emigración a los Estados Unidos, que ha creado una especie de triángulo, donde la tensión que había entre ser judío y mexicano quedó perfectamente balanceada por la presencia de una tercera identidad. Ahora no me siento forzado a decidir, a presentarme bajo ninguna nacionalidad. Siento que las tres identidades se ayudan.
—¿Porqué se fue de México?
—No me canso de decir que la razón de mi emigración fue el que yo quería ser un escritor judío y allá encontraba dos obstáculos. Por un lado, en México no hay todavía un lectorado interesado en el tema, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde el libro entra en el mercado automáticamente puesto que el tema interesa. Por otra parte, la comunidad judía mexicana no está dispuesta a la crítica. Cuando escribí mi libro La pianista manca, fue bien recibido, pero por ser una novela crítica sobre la comunidad no circuló adecuadamente.
—¿Cómo desenredar el asunto?
—La sensación de asfixia me llevó a pensar que quizá en Israel encontraría un balance y por una época me fui para allá. Amo a Israel pero nunca he sido sionista y no me sentí bien. Soy un judío diaspórico por excelencia, me siento bien entre una mayoría que no es judía. Pero no en un sitio donde la minoría judía se aísla y vive en un gueto.
—¿Ha trabajado en ello?
—Es un tema sobre el que he estado reflexionando y escribiendo últimamente. Escribí un libro que está a punto de salir en el que abordo el tema a través de varios textos. Uno de ellos es sobre mi abuela, que vino de Europa del este en la década de los 20. La tomo como excusa para hablar del proceso de emigración y asimilación en Ciudad de México, así como de la fundación de instituciones de infraestructura de la comunidad. Luego, hay otro capitulo sobre la relación de mi abuela con mi padre y esto como excusa para ver qué pasó con la segunda generación dentro de la cultura askenazi, pero siempre con un tono de ambigüedad entre lo mexicano y lo judío. Finalmente, los últimos capítulos son sobre la tercera generación y cómo cada quien busca su propia trayectoria.
—¿Se puede realmente ser un judío latinoamericano?
—Me siento más judío latinoamericano desde que vivo fuera de América Latina. Se puede más bien ser un intelectual judío latinoamericano, pero para ello hay que vivir al margen de la comunidad. Para ser escritor tienes que estar de alguna manera descontento. Eso no significa vivir en la miseria emocional. Pero si estuvieras contento no tendrías porque escribir. La escritura es un intento de arreglar el mundo, explicarlo y mejorarlo. En el contexto de los escritores judíos en cualquier parte del mundo, eso se da a partir de la tensión entre dos culturas que chocan: la rusa y la judía en el caso de Isaac Babel, la checa y la judía en Franz Kafka. En ese sentido los judíos latinoamericanos no somos una excepción.
—¿Funciona la autocrítica?
—Son pocas las comunidades judías urbanas que aceptan la autocrítica, pues por su propio metabolismo necesitan cerrarse para sobrevivir y ese es un mecanismo fundamental que nos hace estar donde estamos. Pero al mismo tiempo ese mecanismo aborta a ciertos elementos que cuando jóvenes son vistos como peligrosos porque critican, pero que en última instancia lo que necesita es simplemente quejarse.
—¿Para quien escribe un judío?
—Si se escribe una novela crítica sobre la comunidad ella misma no va a querer leerla y si se escribe para afuera se resulta un hereje. La población nacional quizá se interese si la novela tiene ciertos elementos laicos o locales. Pero la comunidad judía hará lo posible para que ese libro no llegue muy lejos. Hay casos en Argentina y Brasil donde se han publicado novelas muy duras y la familia o la comunidad han comprado la edición completa para que no se distribuya, convirtiéndola inmediatamente en una especie de best seller, pero sin lectores.
—¿Desde cuándo hay conciencia de literatura judía en Estados Unidos?
—Los libros judíos se distribuyen y leen muy bien en Estados Unidos desde 1950. Saul Bellow escribe una novela y la lee todo el mundo y no por ser precisamente un precursor. Antes de él estaban muchos otros que escribieron a finales del siglo pasado y en los años 20, cuando la transición del yiddish al inglés, momento en que la literatura no es ya intraétnica sino que cruza fronteras y es leída por una gran población.
—¿Y quién lee a los escritores judíos latinoamericanos?
—En el contexto norteamericano tienen un gran público y en ello ocurre un fenómeno muy particular. Los judíos latinoamericanos escribimos novelas o cuentos en español desde 1910, cuando se publica en Argentina el primer texto judío oficialmente reconocido, Los gauchos Judíos. Antes de él y después han existido textos en yidish que, sobre todo en Cuba, Brasil, Argentina y México, tratan de fungir como una especie de espejo del proceso de asimilación. Pero el libro de Los gauchos judíos inaugura la tradición que yo llamo cervantina, que es la de considerar al español como el idioma de comunicación y vehículo para narrar las aventuras de los judíos en el continente. Cervantes no es un accidente pues Berchurov era un amante del escritor español y quería cambiar del yiddish de Sholem Alejem al español de Cervantes para emular al Quijote. Aunque a mi gusto el Quijote no está tan bien escrito, pero eso es otra cosa…
—¿Ser judío es una ventaja?
—Claro que sí. Esa ambigüedad del escritor judío es materia prima para su trabajo. Sin ella no habrían escrito Kafka o Babel. El que vivamos consumidos por preguntas como quién soy, cuál es mi identidad, terminan forzándonos a tratar de escribir un libro que solucione o responda a esas preguntas. Esa ambigüedad es por tanto lo que define la Serie que dirijo en la Universidad de Nuevo México. El hecho de que Moacyr Scliar en Brasil describa lo que es ser brasileño y judío a través de personajes inventados, de alguna manera le sirve al argentino para verse reflejado.
—¿Porqué una colección en inglés?
—El inglés es hoy como el yiddish en el siglo XIX, una lengua franca. Es casi como traducir a los escritores judíos a una lengua judía que nos permite una comunicación mundial mucho más directa que en hebreo o en español.
—¿De que manera contribuye la serie que dirige?
—Por razones políticas e intelectuales, muchos de los escritores judíos no viven en América Latina sino en Israel o Estados Unidos. La idea de la Serie es crear una especie de isla artificial con un función doble. Por una parte, introducir en los Estados Unidos una literatura nueva, pues ese país está muy interesado en la cultura judía en general y sobre todo en disposición de ir más allá de las fronteras nacionales, interesándose en lo que ocurre con los judíos en distintos lugares del mundo. Por otro lado y he ahí la contradicción, la Serie trata de crear una tradición que no existe debido a que ni siquiera existe una tradición continental con la literatura en general. La serie no busca presentar a los autores como entidades locales sino continentales, sin proponer influencias. La idea es mostrar que, aún comunidades aisladas por razones históricas distintas, han producido textos muy interesantes. El norteamericano tiene el privilegio de leer estas obras en un tiempo en el que ni siquiera los latinoamericanos conocen lo que ocurre un otros países. Mi sueño es que la Serie tenga mucho éxito y que en Argentina, por ejemplo, se puedan publicar luego las novelas de los mexicanos, venezolanos, cubanos; que en el continente podamos leernos los unos a los otros en la lengua original.
—¿Es la literatura judía una rareza en los terrenos multiétnicos estadounidenses?
—El público norteamericano quiere leer literatura latinoamericana no porque sea algo exótico, sino porque existe y quieren profundizar en su conocimiento. En Estados Unidos se lee con una visión literaria pero también antropológica. Y estas novelas, hay que reconocerlo, son producto de una necesidad antropológica de explicar quiénes somos. No hemos llegado en nuestra tradición a producir novelas donde la antropología quede atrás. No ha habido una figura catártica que revalúe la tradición y la lleve un paso más allá.
—¿Hay madera para ello?
—Las comunidades judías de América Latina conforman el cuarto centro de población más importante del mundo judío. Hay más judíos aquí que Europa, África y Australia. Y sin embargo, sabemos tan poco de nosotros. Han pasado ya los años suficientes para dejar saber a otros quiénes somos y qué hemos hecho, así como para darnos el lujo de montar una infraestructura editorial. Entre los judíos latinos hay una creatividad fabulosa y se pueden escribir grandes obras.
—¿Porqué impulsar esa literatura desde tan lejos?
—Gabriel García Márquez decía en alguna ocasión que para tener éxito en América Latina alguien tenía que reconocerte en Estados Unidos y si un libro está en traducción tus colegas de Bogotá te leen en el original. Creo que hay algo de eso, un sentimiento de inferioridad que nos dice que si nos leen en el norte hemos llegado.

©Jacqueline Goldberg
Publicado en Nuevo Mundo Israelita en 2000.

1 comentario:

danielnavarro dijo...

Gracias por tener tan importante voz en su espacio (Ilán Stavans), he aprendido enormemente de los comentarios y de las preguntas mismas. Soy naturalista y escritor, mexicano y fronterizo, con familia a ambos lados del Río Bravo. Los comentarios de exilio, spanglish, diáspora y judaísmo latinoamericano me resultaron familiares y al mismo tiempo, compartidos. Un abrazo,

Daniel Navarro
daniel-navarro.blogspot.com